9/5/08

A todas las mamás

Por Edelly J.
HERIDAS DE AMOR

Salí del baño después de darme una rápida ducha, mientras secaba el agua que se deslizaba por mi cuerpo, fui dándome cuenta casi sin querer, de algunas cicatrices que tengo sobre él (que ya sabía que estaban allí, pero no fue sino hasta hoy cuando profundicé en cada una de ellas).
Me detuve frente al espejo y vi como me había abandonado aquella piel joven que acompañaba mi mocedad, aunque aún conservaba la suavidad de antaño.
Pasé mis manos por mi vientre experimentado en amparar vidas, ya no estaba tan plano como hace unos años atrás y a pesar de que una triunfadora curvatura vencía aquella planicie, no me preocupé, ni siquiera me irrité por ello, más bien sonreí presuntuosa.
Agradecí a Dios por la dicha de crear a través de mí cada una de las vidas de mis cuatro hijos (ahora ya crecidos), los recordé pequeñitos, cuando dependían tanto de mí, para comer, asearse, cuando no había nada mas importante para ellos que mi proximidad, volví la vista años atrás, cuando al regresar de la oficina y abrir la puerta de mi casa, eran esas enormes sonrisas las que hacían desaparecer cualquier problema adquirido en el trajinar del día, las mismas que me hacían desistir de mis temores, las que me daban fuerzas para continuar a pesar de las privaciones, esos ojos alegres que me entregaban tanto en una mirada.
Observé en mi vientre, aquellas marcas producto de mis deseos saciados de pasar mis uñas en esa abdomen que se expandía sin parar, lo cual promovía una comezón tan deliciosa, que imposibilitaban resistirse a esas ganas, a pesar de las advertencias de mi madre de evitarlo a toda costa (debido a las consecuencias que hoy presento), esto, tampoco me incomodó.
Una huella en particular llamó la atención de mi mirada, medía alrededor de diez centímetros y estaba cerca de la línea del bikini, diminuta, oculta, tan misteriosa, pasé mi dedo índice sobre ella y reviví aquellas remembranzas del arribo a mi hogar, de esa minúscula criatura de cuarenta y seis centímetros que fue la causante de haber dejado esa marca en mi cuerpo como señal de su paso a través de mi, mi hija menor, mi beba, la que aún depende un poco de mí.
Entregué toda mi atención a mi cintura, y vi que ya no era tan precisa y estrecha como antes, recapacité en el transcurrir de tiempo, que a pesar de no darme cuenta (y de que mi espíritu es muy joven) habían pasado muy rápido y mi cuerpo era evidencia ineludible de su paso en mí y a través de mí.
De pronto mi inquisición se desvió hacia la parte superior de mi cuerpo y reconocí a mi pecho a pesar de lo transformado que estaba, parecía exhausto, extenuado, debilitado de tanto darse, de tanto sustentar, de tanto nutrir. A pesar de eso me agradó su atrevimiento al reaccionar ante mis manos, aún tenían vida, a pesar del desgaste, aun no temían mostrarse, me contagió su confianza y seguridad.
Esas son las heridas, marcas y estragos que dejaron mis hijos en sus batallas para venir victoriosos a este mundo.
Disfruté enormemente cada uno de mis embarazos, aún después de las secuelas que dejaron en mi cuerpo.
Ya mis hijos no son aquellos que recuerdo en mis remembranzas, crecieron y con ese crecer, se fueron sus ingenuidades y aquel apego incondicional, simplemente se “despegó”. Ahora les molestan mis preocupaciones, mis anhelos de bienestar hacia ellos, mi negar rotundo a que pasen por los mismos menesteres y desventuras, les enfadan mis consejos (que evaden con pericia, con destreza), pero ya no puedo obligarlos, yo los instruí, los eduqué para el bien, pero son ellos los que a la final deciden cual camino escoger y recorrer, ellos tomarán las riendas de sus vidas; ya sea para bien o para mal. Sea cual sea la decisión que tomen, allí estaré yo para apoyarlos, consolarlos o alentarlos. Entendí hoy, en ese mirarme en el espejo, que eso es ser madre.
Tengo aún a mi beba (esa misma que dejó la marca más grande de todas), pero ella también será independiente, aspirará hacer su vida y entonces le seré incomoda, fastidiosa, quizás obtendré de igual forma de ella, escasez de respuestas, de palabras, de abrazos y abundancia de soberbias, desaires e irreverencias. (Aunque quizás me pueda sorprender). Mientras, la disfruto, mientras dure su inexperiencia y candidez.
Los hijos a veces olvidamos en nuestra adolescencia y juventud lo que es el honrar a nuestros padres, esos seres que nos engendraron, esa madre que nos dio albergue nueve meses en su barriga, a la que le ocasionamos malestares, a la que le trastornamos el cuerpo y la vida; esa que cuidó de nosotros en las noches de enfermedad, la que dejó de comprarse algo importante y necesario para sí, por comprarnos algún juguete que nos alegrara el rostro y el corazón.
Hoy, madre mía, te entiendo tanto, todas esas lágrimas derramadas por mi causa, ahora las comprendo, a cada una de ellas; lástima que ya no puedo enjugarlas, ni evitártelas.
Solo puedo agradecerte madre mía, la estructura que haz puesto debajo de mí, para que pueda resistir en mi extenuación, así, como lo hiciste tú, ¡resististe! ¡Sobreviviste!
Y aún hoy con mis cuarenta y un años, estás allí a mi lado. A pesar de mis desaires e ingratitudes. Permaneces fiel, después de que se marcharon aquellos que juraron por mí, amor eterno y sincero, madre mía son tan pocas estas líneas para agradecerte el que secaras las lágrimas que hoy derramo a causa de los míos.
Hoy madre mía, al mirarme en ese espejo, me di cuenta, de que soy un reflejo de ti en el; ojalá hubiera sido mejor hija, hoy, no me bastarán los años que me restan, para demostrarte todo el amor que siento por ti.
Hoy, pude darme cuenta de muchas cosas, a través de esas heridas, que llamaré, heridas de amor, que quizás a más de un caballero les parezcan desagradables; quizás mas de uno solo busque en mí, uniformidad y firmeza (que por no encontrar huirá apresurado).
Es muy probable que me sea difícil (mas de un poco) encontrar a ese hombre que me valore precisamente por lo que significan cada una de ellas en mi piel y aún con ellas logre enamorarse y amarme.
Ese hombre tiene que ser alguien muy especial; para que pueda darse cuenta de que soy algo más, de lo que puede ver a simple vista.
Tan excepcional que podrá ver mas allá de mis ojos gastados y logrará encontrar mi mirada sincera.
Tan extraordinario que se adentrará en mis pechos fatigados y logrará conquistar mi corazón.
Un hombre tan único y exclusivo que observará a través de mis arrugas y aún en ellas encontrará mi inocencia.
Un hombre tan asombroso que echará un vistazo más allá de esas heridas, marcas y estragos en mi cuerpo y verá en ellas toda mi hermosura.
Un hombre que me ame a pesar de ser madre y de las consecuencias que deja en el cuerpo, la mente y el espíritu, que pueda buscar, sacar y lucir a la mujer que se oculta detrás de tantas tristezas.
Porque las mujeres merecemos ser amadas por lo que somos por dentro y que reflejamos por fuera...por eso a todas ustedes mujeres...A todas las madres en su día...
les regalo este pedacito de mi...en ustedes.
¡¡¡FELIZ DÍA!!!


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