1/12/08

Vanidad


Por Edelly J.

Diecisiete semanas sin descanso, trabajando de lunes a lunes, durmiendo poco más de cuatro horas diarias. Sin tiempo para mis hijos, ni para mi casa, ni para mí misma. Solo trabajar y trabajar; para Dios, para el mundo secular, para vivir, para cumplir un propósito, para lograr una meta.
Diecisiete largas semanas, sin interrupciones, ni variaciones, semanas en las que: aprendí nuevas lecciones, conocí gente encantadora, viví nuevas experiencias, medité en juicios emitidos, herí a gente a quien amo, crecí espiritualmente, cultivé nuevas amistades y también nuevos enemigos, asimilé errores, derramé lágrimas, regalé sonrisas, extendí mi mano, me provocaron a ira, me animaron a seguir, me lanzaron piedras, me alimentaron, me amaron, me odiaron, me soportaron, consentí una promesa, rompí algunas reglas, cambié de parecer varias veces, tuve valor, creció mi fe, mi amor por otros, tuve miedo, me descuidé en mi apariencia, aumenté cinco kilos, llené mis pies de barro, me corté las uñas, lloré por causa del dolor de otros, tuve compasión, me ejercité en soportar a otros, etc.
Este sábado se interrumpió el hilo de trabajo que llevaba, pues no pude hacer mi viaje de fin de semana por motivos de labores seculares, me sentí algo extraña, pero esta vez no había en mí, ni un solo malestar o intranquilidad, me sentía con una serenidad y una armonía que llenó todos mis pensamientos. En otras oportunidades había existido la posibilidad de no hacer el viaje y la agonía por trasladarme al sitio era ineludible, tanto que lo hacía en horas de la tarde, pero no podía dejar de hacerlo. Por eso este sábado me sentí algo extrañada, por la ausencia de congoja por no poder ir. Por el contrario sabía dentro de mí, con toda seguridad que ya mi trabajo allá había finalizado, que estaba entregando la batuta a otro grupo de personas que continuarían a partir de la semana número dieciocho.
El viernes en la noche mis hijos se asombraron por mi llegada a la casa tan calmada y descansada. Entré a mi habitación que se encontraba en total estado de abandono e impureza por la ausencia de limpieza en dieciséis semanas, por la falta de tiempo. Solté mi cartera, me quité mis zapatos y me dispuse a limpiarla con la meticulosidad que me caracteriza y que había dejado abandonada en algún rincón.
Comenzaron a aparecer mi cama, mi peinadora, mi mesa de trabajo, mi piso, etc. Encontré algunas cosas que había considerado como perdidas, entre ellas: mi guante negro, mi reloj blanco, varios zarcillos, pulseras y collares, mis labiales, mi cepillo de dientes, una que otra ropa interior y unas cuantas monedas que al juntarlas pues sumaron una considerable suma de dinero.
Estaba feliz (aunque mis hijos, miraban con extrañeza mi regocijo), el orden es algo que caracteriza parte de mi personalidad y volver a el, me estaba llenando de una verdadera e infinita placidez. Me acosté bien descansada a pesar del arduo trabajo.
Me levanté, fui a trabajar algunas horas (en las cuales creí innecesaria mi presencia), lo cual me hizo preguntar si Dios me estaba regalando un tiempo libre.
Llamé a mis amigas y se asombraron de mi presencia en la ciudad y de mi disponibilidad, para “comadrear con ellas”, quedamos en vernos en horas de la tarde. Fui a la peluquería, me arreglé las uñas, pasé algunos tarjetazos para cancelar algunos gastos de algunas “complacencias” de las cuales me creía merecedora. Fue una tarde encantadoramente solitaria conmigo misma.
Fui a casa de mi amiga, charlamos, nos contamos algunas cosas, por que el tiempo non nos bastó, como siempre fue insuficiente para los cinco meses que no nos veíamos. Me hice un sándwich en su casa y me lo comí con un enorme vaso de leche con azúcar. Compartí con su mamá que estaba de visita. Me reprochaba el tiempo de separación “total” que estuve de ellas, era casi imperdonable.
No me había dado cuenta de todo lo que había dejado en este largo espacio de tiempo.
Regresé a casa en donde mis hijos no dejaban de preguntarme que hacía allí, a lo cual les respondía “yo vivo aquí”, a lo que ellos respondían no desde hace bastante tiempo.
Hablé con ellos y mandamos a comprar unos “asquerositos” (léase perros calientes) para no hacer comida. Compartimos bastante, mientras ponía la lavadora a trabajar por que el montón de ropa que tenía sin lavar era descomunal.
Estaban contestos de verme en casa un fin de semana, aunque pensé que a ellos les era indiferente mi ausencia en esos días, me agradó enterarme de que no era así. Lavé hasta la última prenda sucia. Ahora mi habitación estaba espléndidamente higiénica y pulcra, lavé mi baño conmigo adentro.
¡Dios, gracias! ¡Como disfruté este fin de semana!.
No hubo reclamos, ni preocupaciones, ni responsabilidades, ni estadísticas, ni agotamiento, ni inconformidades, ni nada.
Me devolví a mi misma, volví a ser una mujer de carne y hueso (que disfruta de la peluquería) sin remordimientos por gastar de más, hoy me permití ser vana (o quizás así me llamen algunos).
Hoy Dios, tuve un espacio para agradecerte, el tiempo que me obsequiaste, y que compartí con mis hijos, en mi casa, con mis amigas, con mi perro, conmigo misma, hoy vi tu mano en todo esto, hoy entendiste mi agotamiento, mi cansancio, hoy me dijiste “para todo hay tiempo”.
Eclesiastés 3
1 Para todas las cosas hay sazón, y todo lo que se quiere debajo del cielo, tiene su tiempo:
2 Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
3 Tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar;
4 Tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar;
5 Tiempo de esparcir las piedras, y tiempo de allegar las piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de alejarse de abrazar;
6 Tiempo de agenciar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de arrojar;
7 Tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar;
8 Tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.
9 ¿Qué provecho tiene el que trabaja en lo que trabaja?
10 Yo he visto el trabajo que Dios ha dado á los hijos de los hombres para que en él se ocupasen.
11 Todo lo hizo hermoso en su tiempo: y aun el mundo dio en su corazón, de tal manera que no alcance el hombre la obra de Dios desde el principio hasta el cabo.
12 Yo he conocido que no hay mejor para ellos, que alegrarse, y hacer bien en su vida:
13 Y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor.


Gracias por esta paz que al final de este día me acompaña, espero que mi ausencia no traiga inconformidades en nadie, que a todos les haya ido tan bien como a mi. Y por favor Señor…regálales a ellos también un tiempo para compartir con su familia, con sus casas y con ellos mismos. Amén.

Tus ojos

Por Edelly J.
Tus ojos me han dialogado en el sosiego de tu rostro.
Por eso no me pueden ocultar esa tristeza que llevas dentro.
Me pregunto ¿qué es lo que a tu vida atormenta?
Mis manos tratan de preguntarle a las tuyas,
¿Qué te ha robado la candidez al hablar?
Pero ellas evaden cautelosas e inquietas mi aproximación.
Trato de encontrar una sonrisa que desvíe mi atención de tu mirada
Pero tus labios muestran un desinterés inhumano y frío
Tus ojos…tan pequeños…pero a la vez tan sagaces.
Imposible escapar de su escrutinio, de su indagación.
Tus ojos desnudan con rapidez mis cavilaciones.
Tus ojos me dejaron ver lo que sientes en tu corazón.
¿Y ahora quieren ocultarse en el silencio de tus sentidos?
¡¡Imposible!! No puedo dejar que se demuden
Trastornarían el proceder de mi substancia.
Necesito iluminar con mis ojos, tu mirada.
Procurar calentar con mis manos, tus tibiezas.
Requiero abrigar con mis brazos, tus recelos.
Y determinarme a arrullar todos tus cansancios.
Reposa quietamente mientras custodio tu sueño.
Descansa apaciblemente de todos tus tormentos.
Busca diligente, muy dentro lo que crees haber perdido.
Seguramente encontrarás en lo profundo de tu corazón
Los cimientos de la añoranza en tu mirada.